Tinta

Cual rayo, la soledad estalla.

La atormentada alma del poeta que sangrando tinta intenta imprimir el latido ansioso de su corazón, llora. La vida se le escapa entre los dedos, contornea sus finas manos y resbala hasta el suelo, mezclándose con la sangre que en él encuentra manantial y con el lodo oscuro.

El cielo parece fragmentarse en pequeños cristales perlados que humedecen su pelo de reflejos dorados, cuando el poeta escribe casi con los ojos entrecerrados y su mano se mueve con rapidez, como si presa de una suerte de hechizo se encontrase.

Los versos yerran por su mente y roen su alma, sus ojos solo alcanzan a vislumbrar las frondosas copas de los árboles que forman una cúpula sobre su persona. Pero aun así, la lluvia encuentra su ropa y la moja. Los truenos encuentran sus oídos y en ellos restallan. Los rayos encuentran sus ojos y los ciegan. El frío encuentra su cuerpo y lo invade sin piedad.

Cierra los ojos con fuerza.

Y cuando vuelve a abrirlos, ya no hay lodo bajo sus pies, sino una desgastada alfombra. Tampoco existe el frío, sino un calor intenso y latente que parece llenar cada fibra de su ser. Ya no hay truenos, solo el latido de su corazón retumbando en sus oídos.

Las imágenes brotan de su mente a borbotones. Se mueven despacio, para que él pueda apreciar todos y cada uno de los detalles. Él lo hace. Observa. Y su corazón late. Late cada vez más fuerte y cada vez más rápido. Siente el impulso y se acerca hasta su maltrecho escritorio. Aferra la pluma con determinación, y elige el papel que más pulcro le parece en aquel instante. Escribe. Y las palabras fluyen. Y su alma con ellas.

Ella aún parece observarle desde el marco de la puerta y él aun puede oler su aroma a almizcle que llenaba sus pulmones apenas hacía unas horas. Y aun es capaz de emular la textura de su cabello, capaz de sentir su calor entre sus brazos, capaz de distinguir su tintineante voz sobre los truenos que amenazan con volver a desencadenarse.

Replegando su propia tormenta interior, esa extraña horda de también extraños sentimientos que lo embriaga y mece al mismo tiempo, la realidad lo golpea de nuevo y con más fuerza que nunca. Recostado sobre su escritorio, el poeta hace un último acopio de fuerza para herir dos líneas más sobre el papel.

Y, tras esto, el legado de su amor se impregna en la escueta caligrafía, en el olor que desprende la hoja, en los versos que gritan en el silencio de la noche.
Pues reflejada en la opaca tinta, reposa su transparente alma.

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Uno de los relatos de los que estoy más que orgullosa.
Gracias por leerlo y pasaros =3

Feliz inicio de colegio/instituto
aunque creo que eso es dificil xD

Natt