domingo, 20 de noviembre de 2011

Llueve sobre Federico

Aquí. Aquí quiero estar. Y tranquila. Ya todos están muertos. A medianoche dormiré, dormiré sin que ya me aterren la escopeta o el cuchillo. Otras madres se asomarán a las ventanas, azotadas por la lluvia, para ver el rostro de sus hijos. Yo, no. Yo haré con mi sueño una fría paloma de marfil que lleve camelias de escarcha sobre el camposanto. Pero no; camposanto, no, camposanto, no; lecho de tierra, cama que los cobija y que los mece por el cielo. Quítate las manos de la cara. Hemos de pasar días terribles. No quiero ver a nadie. La tierra y yo. Mi llanto y yo. Y estas cuatro paredes. (…)Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos.

Hoy he ido al teatro a ver Lorca: Muerte de un Poeta del Teatro del Norte. Estábamos diez personas en la sala. Tan sólo diez personas, en ese espacio que se quedaba de repente tan grande, hemos podido escuchar durante casi un cuarto de hora la voz de la Argentinita y el piano de Lorca. Tan sólo diez personas nos hemos estremecido con esas duras palabras de madre que sobrevive a sus hijos. Que se llenen estadios de fútbol, sí, para que haya gente que no pueda ubicar esas preciosas palabras de dolor y llanto. Ni esas, ni el desgarrado “dos bandos. Aquí ya hay dos bandos”. Sí, que se llenen los estadios y se pudran las bibliotecas.

Pero ese piano seguirá sonando en mí siempre.

No hay comentarios: