lunes, 21 de noviembre de 2011

Yo ya no puedo vivir ni conmigo mismo

Tus versos quedarán acusándolos.

Cuatro paneles de cristal, dos mesillas, un banco, un ramo de flores y un teléfono es todo lo que necesita la compañía del Teatro del Norte para hacer magia. Porque transmitir con tanta sensibilidad lo que había no sólo de genio y poeta sino de humano en Federico no puede ser sino magia. Qué afortunada fui de poder disfrutar de su obra, Lorca: Muerte de un poeta– a las 19h30 en el Teatro de la Estación; mientras el mundo estaba pendiente de unos tristes porcentajes, yo me deleitaba en los trajes claros de Federico, los moños de Marianita y la respiración de Dióscoro. Fui una de los diez afortunados; qué gran desolación que los aplausos sonasen tan flojos, no porque no hubiera gustado, sino porque el espacio, como dije ayer en una entrada anterior, se hizo de repente tan grande… Qué afortunada fui.

Lorca: Muerte de un poeta trata de reconstruir la última noche del poeta más grande de todos los tiempos. Tarea esta de gran dificultad, la mires por donde la mires. Pues ellos lo consiguen: intercalando retazos de vida de Federico – su vida en Madrid, su miedo, su arrestro – con la acción principal – su asesinato en agosto de 1936 –. Y aun van más allá, pues combinan su relación con personajes reales – Luis Rosales, Angelinas, Dióscoro Galindo – y con personajes imaginarios de sus obras. Y en esto último reside la orginalidad de esta obra: como en una hora son capaces de extrapolar los motivos literarios de Lorca a su propia realidad, haciendo que el espectador bien enterado de su biografía y de su pluma – so pena de parecer arrogante, diré que esto lo tengo yo bastante bajo control; una de las pocas cosas que tengo bajo control en la actualidad – se estremezca hasta la médula.

Ante mis ojos desfilaron Bernarda Alba que encierra a sus hijas y a un poeta inocente, la Madre de Bodas de Sangre que llora a su hijo que de repente es un Federico bajo una sábana blanca, una Mariana Pineda que representa la libertad absoluta… Y lo que más me sorprendió: los retazos de El Público, con sus figuras de cascabeles y de pámpanos, sus cuchillos, su Cristo y su cáliz, su Julieta y su amor y, sobre todo, el gran dolor de Lorca. Y todo esto requiere una gran labor en escena pues con tan solo tres actores –tres actorazos: Cristina Lorenzo, David González y Etelvino Vázquez, director, además, de la obra-  el Teatro del Norte consigue crear una cohorte de personajes y de matices increíble.

Y qué tristeza, una vez más, todos aquellos que se perdieron, que os perdistéis esa reflexión final, ese llamamiento al cambio. Qué tristeza produce un teatro vacío, pero qué alegría inmensa me produce reencontrarme con Federico de una forma tan deliciosa.

Desde aquí, mil gracias por traer esta pequeña joya a Zaragoza.
Natalia

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