viernes, 14 de septiembre de 2012

/ˈmeɪniə/ (o de la fiesta de cumpleaños de Jagger)

Shut up, Paulie is talking.
JOHN LENNON.

mania

En el 68, Mick Jagger cumplía sus veinticinco años y celebraba una fiesta digna de cualquier super estrella del rock. Los Rolling aprovecharon la ocasión, a parte de para servir ponche con methedrina y pasteles de hachís a sus invitados, para publicitar su nuevo disco, clave en la carrera del grupo, Beggar’s Banquet. Apostaban fuerte por él. Jagger hizo una espectacular aparición con la primera copia del album. Gran Bretaña y el mundo entero estaba ansioso por escucharlo, se decía que iba a ser el mejor album de la banda. La fiesta en el Vesubio Club, todas las personalidades del momento, la droga y la comisaria de policía de Tottenham Court a menos de trescientos metros, todo apuntaba a una gran noche y, sobre todo, a una gran promoción para Beggar’s Banquet. Tony Sánchez, un invitado, relata:

Al entrar Paul McCartney, todo el mundo se hacía lenguas de Beggar’s Banquet, que con temas como Sympathy for the Devil y Street Fighting Man, era, con mucho, el mejor álbum de la carrera de los Stones. Paul me alargó con discrección un disco al tiempo que me decía “Mira a ver qué te parece, Tony. es el nuevo que hemos grabado”.

Y sí, Tony puso el disco. Puso el disco en mitad de la fiesta de Jagger, en la orgía Rolling y el lento, tremendo crescendo de Hey Jude conmocionó al club. El silencio de repente:  la voz de McCa, el piano, el desgarro inevitable de su voz, los coros interminables. Se dio la vuelta al sencillo y entonces Revolution: Lennon y su tono roto, sus ideales, la guitarra de George gritando, el histerismo, el rock.

Cuando todo hubo terminado me di cuenta de que Mick parecía de mal humor. Los Beatles le habían superado.

Dos canciones. Dos canciones que se abren paso en una bacanal y triunfan y dos canciones que bastan para hacer al público vibrar y dar la vuelta al mundo. Dos canciones o una o cincuenta o ciento tres. Las pruebas irrefutables de ese algo que tan solo ellos tuvieron. ¿Qué era? Si te paras a pensarlo, es mágico. Mágico e inquietante. En el 63, su primer disco. El el 2012, hordas de gente que sigue pagando por ver a Paul en directo, que deja flores a John en el Dakota, que emigra a Liverpool, Meca de la Beatlemanía. ¿Qué era? o más bien ¿qué es? Esa capacidad inmensa de desbordarse, de superar todos los límites, de sobrevivirse. Como esos directos del tiempo de Ed Sullivan.

Cuatro chicos, trajes sencillos, tres micrófonos, uno compartido, una pequeña bateria sobre una tarima. No hay montajes, no se construyen castillos en los escenarios como se hace hoy día, no hay arreglos, no hay disfraces, no hay ordenadores, no hay nada artificial, insano; es todo sencillo, humilde, casi ridículo, los gritos atronadores, las sonrisas cómplices, las payasadas de niños que han crecido demasiado rápido. Solo hay música, hay magia. Qué pena que no hayamos sido capaces de conservar ese algo que hace que todo lo demás sobre: los videoclips tan largos como películas, la promoción insana, las letras absurdas, la fama sobre el talento. El fenómeno de la beatlemanía me sigue sorprendiendo, es sobrenatural, no entiende de límites temporales ni espaciales.

¿Cómo es posible? Esta manía alegre, vital que me acompaña, que nos acompaña a muchos de nosotros es parte de ese hechizo, de ese algo. Ellos son ese algo. Ellos son magia.

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