jueves, 24 de enero de 2013

Nos acechan (todavía).

On ne voit bien qu'avec le coeur.
L'essentiel est invisible pour les yeux

Nunca entenderá la humedad irresistible de las pestañas ni los caballos de crines verdes que la persiguen. Ni eso de las perras, las proxenetas relucientes. Ni la sangre que se rompe ni las uñas mordidas ni la fragilidad de la trenza que se deshace. No entenderá el pinchazo al pasar por una floristería o por un restaurante, o al ver una cámara de fotos o una guía de viajes. O la náusea al ver un cuaderno sobre su mesilla o, peor todavía, una cuadrilla en blanco en su mente. En blanco, siempre en blanco, como tantas cartas que debería haberle escrito, tantas cuerdas de violín que deberían haber sido tocadas. Pentagramas vacíos y mejillas sonrosadas, o lentillas rasgadas y gafas empañadas. El sudor frío del invierno, las cruces en el calendario. La sequedad, los cortes, los puntos suspensivos. Las rodillas o las cabezas agachadas, el menos, el cero, el aguantar la respiración. El no-remordimiento, el sí-remordimiento, la no-brújula y la sí-pérdida. Las ennumeraciones que la engañan siempre y que poco a poco van a volverla loca. Federico, tú lo sabes, sabes las cosas que nunca nadie entenderá, porque se han quedado dormidos. Se han acostado, suavamente, en el lecho conocido, en el lecho del ayer, del hoy y por seguro del mañana, se pondrán al levantarse esas zapatillas cómodas y fáciles – sobre todo fáciles – de todos los días y se tomarán el desayuno sin escuchar música ni garabatear un rato, porque todo es igual, es necesario, es así porque tiene que ser así. No sabrán ni la fecha y se volverán a acostar en ese lecho seguro y de muelles tristes. Ay, Julio, no se fijarán ni en los picaportes ni en el vacío que van dejando poco a poco a su paso, ese vacío que paradójicamente traga hambriento a todo los demás y, ay, tiene los ojos verdes porque se alimenta y se devora a sí mismo con cada tic-tac o cada silencio. Como si se hubieran estancado en una estrofa de un soneto, en un verso de un soneto, Federico, y no se dan cuenta de que les acechan, todavía, esas brumas verdes, azules, amarillas, no se dan cuenta, Federico, de que quizá no merezcan si quiera el soneto ni la humedad irresistible de las pestañas.

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