domingo, 10 de febrero de 2008

El Cementerio de los Libros Olvidados



La joven no puede esperar el momento para llegar a casa.

Nadie la acompaña. Ha sido un día duro en la escuela, y ella se siente algo vacía por dentro, como si el mal tiempo reinante hubiera succionado su alegría.

En aquellos momentos, tan sólo quería la soledad que sabe la espera en casa, y por eso no se detiene para que los recuerdos del día no la atormenten.

Va dejando atrás la calle y por fin llega a casa. Encuentra pronto las llaves en el bolsillo de su pantalón vaquero, pero le cuesta encontrar la cerradura, puesto que las lágrimas comienzan a nublarle la vista. Por suerte, comprueba que no hay nadie en casa cuando consigue entrar, así que sube las escaleras a tientas, dando rienda suelta a su amarga tristeza.

Al cruzar el umbral de su habitación, no deja de darle vueltas a todo lo ocurrido aquel día, del que no iba a ser fácil olvidarse, sin embargo debía intentar hacerlo. Se tumba en su cama, cierra los ojos, escucha música, intenta estudiar, pero no hay manera de hacer que las imágenes y recuerdos de aquel día lluvioso no dejen de sucederse ante sus ojos, aunque éstos estén cerrados.

Frustrada, comienza a darse cuenta de que sus ojos se han secado, ya no hay lágrimas que derramar, sin embargo su corazón no se ha relajado del todo aún.

Vuelve de nuevo hacia su cama y se tumba, cerrando los ojos e intentando tranquilizarse. Sin embargo, nota que se ha tumbado sobre algo, y, enfadada, se incorpora para descubrir el libro que llevaba unos días leyendo, y en el primer momento que lo ve, lo coge y lo tira contra el suelo con fuerza.

Después, se queda observándolo durante unos minutos, con la mirada fija en la vieja cubierta. Entonces, comienzan a aflorar a su mente los recuerdos de aquella lectura, aunque de manera meramente superficial.

Se levanta y toca la cubierta. Empieza a recordar a los personajes, las escenas que la habían hecho temblar de emoción o, lo que en aquellos momentos le parece imposible, reír sonoramente.

Coge el libro, y sus sollozos van disminuyendo progresivamente. Las palabras se tornan más claras conforme sus ojos se van secando poco a poco, y las letras parecen darle la bienvenida, mientras ella comienza a leer con avidez.

Cuando pasan los minutos, la joven aparta la mirada de la página que está leyendo y coloca la mano en su pecho.

Asombrada, descubre que los latidos de su corazón, acelerado unos minutos antes, habían disminuido.

Observa el libro de nuevo, extrañada.

Aquel objeto, que parecía insignificante, con su cubierta descolorida y sus páginas amarillentas, había conseguido mucho más de lo que ella había sido capaz.

La había calmado.

Baja la vista, aun algo desconcertada, y se sumerge de nuevo en la lectura, olvidando, por unos minutos, la causa de su tristeza.

· · ·
¿Por qué hay gente que prefiere ver la tele a leer, cuando un libro es una pantalla a muchos más mundos?
Abrid un libro.
Os sorprenderéis
Fdo.
Natalia L.

P.S. El título de la entrada corresponde con el epílogo de La Sombra del Viento de Carlos Ruíz Zafón. No dejéis de leerlo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

No te desanimes y sigue escribiendo...... alinalocor

Dänielä dijo...

demasiado bueno! felcitaciones
encontré tu blog haciendo "siguiente" y realmente no me arrepiento,lo peimero que ví fue la plantilla , que era la misma que yo tenía,leí,leí y leí...
garcias por el dato!
chau chau


Däniela CHILE!