De tranvías y toros

Para mi tía Tere y mi abuela Pepa,
porque gracias a ellas conozco estas historia.
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El tranvía se deslizaba suavemente, aquel octavo día de noviembre del año 1924. Mi bisabuelo, se disponía a coger aquel tranvía. No sabía que el corto trayecto que iba a realizar le cambiaría la vida para siempre…

José López de La Hoz – pues así se llamaba – era hombre de mundo. Hacía menos de un año que había vuelto a España tras una larga estancia en Cuba, aquel remoto país al que viajó en busca de fortuna, y del que volvió con menos dinero aún pero con una sincera afición a la escritura y al periodismo.

Cuando el tranvía se detuvo y él entró allí, simplemente con la mente puesta en encontrar un empleo del que vivir, las manecillas de su modesto reloj debían marcar unos pocos minutos antes de las cinco de la tarde.

Porque, cuando éstas alcanzaron silenciosamente la hora punta, y el tranvía reanudó su recorrido, él giró la cabeza y vio a la chica más bonita que jamás hubiera contemplado de no ser por ese golpe del destino. Tras unos segundos de una admirativa ensoñación, echó una rápida mirada a su reloj, pues no quería perder ni un solo minuto de aquel mágico viaje.

Eran las cinco de la tarde del 8 de Noviembre de 1924. Y ya nada volvió a ser igual para ninguno de ellos. Ella, una joven originaria de Ávila y de nombre Julia del Castillo Rico, tras cruzar una breve mirada con él, después de verle entrar en el tranvía no podía sospechar que el talento literario del que más tarde sería su marido quedaría plasmado en un apasionado relato, que mi bisabuelo le regaló al mes de conocerla.

Dos años más tarde – y por capricho de los enamorados en el mismo día y a la misma hora, en recuerdo a su primer encuentro - José y Julia contraían matrimonio en la Parroquia de Nuestra Señora de los Dolores.

Para celebrar la deseada luna de miel, no hicieron un gran viaje, solo una pequeña visita a Zaragoza, que mi bisabuelo tenía mucho interés en conocer. ¿Sería aquel viaje algo premonitorio? Pues su hijo, mi abuelo, se trasladó a Zaragoza por trabajo y desde entonces, la mayor parte de mi familia ha vivido en esta ciudad.


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Por otro lado, mi tatarabuelo, Ramón Laborda Tejero era un banderillero que respondía al nombre de Chato Laborda y había nacido –ahora sí- en Zaragoza en 1859.

Pues a mi tatarabuelo le sucedió algo bastante increíble. En 1900 fue el año de la Exposición Universal en París y para celebrarla se decidió ofrecer unas cuantas corridas de toros en la capital francesa. Y mi tatarabuelo tuvo la fortuna – o desgracia - de actuar en una de ella como banderillero del torero Félix Robert, el día 5 de Junio.

Claro que, la celebración de estos actos taurinos no estaba muy bien vista por algunos sectores parisinos, entre ellos la Sociedad Protectora de Animales. Todo esto generó alguna que otra polémica. Así que un anarquista, de nombre Ivon Aquelli y de nacionalidad sueca decidió tomarse la justicia por su mano y, en plena calle, arremetió a tiros a la cuadrilla de la que mi tatarabuelo formaba parte.

Así fue herido en el brazo y costado izquierdo. Gracias a Dios las heridas no fueron graves y él sobrevivió a esta pequeña “aventura”. Aunque, supongo, que el susto del grupo si que fue de tamañas dimensiones.