viernes, 27 de marzo de 2009

Perfide Perséphone

Crónica de la presentación pronto -.-


Perfide Perséphone

La luna arrancaba destellos argénteos del camino. Más allá de los bordes de éste, la oscuridad era densa y letal. Jules Marceaux caminaba despacio, como si quisiera postergar la inevitable llegada al lago. Podía oír el leve murmullo que aquél causaba, el vaporoso, casi etéreo susurrar que inundaba en aquellos instantes todo su ser. Jules alzó sus fulgurantes ojos y se halló sumido en una oscuridad más profunda y más mortífera si cabe. Atemorizado, arrió su mirada. El cielo era tan sombrío, tan apagado, que ni siquiera tenía la certeza de que lo hubiera. Pero no había ninguna luna. El camino parecía absorber toda la energía del paisaje y reflejarla en forma de un tenue fulgor. Aquel camino sobre el que se deslizaba parecía ser lo único vivo ahí dentro.

Aquellos acres pensamientos agitaron a Jules, que tan absorto se encontraba en sus propias adversidades que cuando fue a dar un nuevo paso, el agua se enredó en su pierna. Durante unos instantes, se quedó petrificado y, a la par, incapaz de retirar su pie del río. Las de súbito turbulentas aguas eran como lenguas heladas que lo atraían hacia el fondo del lago, cual canto de sirena glacial. Jules gimió, pero el silencio absorbió su lamento. Su corazón palpitaba con fuerza mientras forcejeaba con las corrientes de agua que, repentinamente, aflojaron la presión ejercida. Liberado del álgido abrazo, Jules cayó de espaldas, clavándose así contra su espalda la grava blanquecina del camino.

- Jules…- murmuró una voz, que parecía no provenir de ningún sitio, pero de todos al mismo tiempo. El chico se incorporó lentamente, temeroso de que la voz se extinguiera, pues se trataba de un plácido reclamo que lo acunaba suavemente. – Jules… - se oyó de nuevo, cual eco melifluo que tornaba el ambiente en un lugar cálido. El chico creyó responder, pero no oyó su propia voz. Sin habérselo propuesto, había comenzado a temblar. – Jules…

Entonces las aguas del lago se tornaron turbulentas de nuevo, troncándose así en un cúmulo de olas espumosas, de las cuales brotaban brazos acuosos que luchaban por alcanzar al chico. Jules se retiró, asustado, cuando sus ojos divisaron como una figura emergía lentamente de las aguas. Aquel perfil alzó los brazos y los álgidos seres que habitaban aquel lago detuvieron su danza. Y, sorprendentemente, la figura comenzó a caminar sobre la superficie de la laguna, ahora dormida.

Una sílfide de cabellos morenos se alzaba ahora frente al chico, con una sonrisa pintada en sus labios violáceos. Su palidez era tan extrema y brillante que Jules se preguntó si acaso ella no sería la luna de aquel paisaje muerto. Vestía una tela liviana de un blanco raído, que dejaba ver parte de su perfección y daba forma a sus curvas. Enredados en las crenchas que sobre sus ojos azabaches reposaban, había unas rosas que en algún momento habrían tenido un color rojo brillante, pero que ahora estaban… Una sola palabra acudió a la mente de Jules. Marchitas. Muertas.

Sin poder hacer nada por evitarlo, la mujer lo abrazó y Jules sintió la humedad de los cabellos de ella y la frialdad de sus labios cuando estos besaron un punto cercano a su oreja. Tan sumido estaba en aquella caricia que cuando quiso darse cuenta, él solo abrazaba aguas turbulentas de nuevo, que invadieron su ser con una fuerza descomunal. ¿Qué era aquello sino la muerte? Jules intentó gritar, pero ya era demasiado tarde…

Jules abrió los ojos. Se encontraba en su lecho, empapado en un sudor tan frío como los brazos que hacía poco lo abrazaban. El chico sacudió su cabeza. Solo había sido un maldito sueño como otro cualquiera. Mas su tranquilidad duró poco, pues sus dedos, enredados entre las sábanas, rozaron un pétalo de rosa marchito…

1 comentario:

Ladynere dijo...

Que me recuerdes a Cortázar es todo un lujazo: [El río, Cortázar: http://www.lamaquinadeltiempo.com/prosas/cortazar1.htm ]

Bss!