sábado, 3 de octubre de 2009

El juego del trastorno y de los ladridos de perro

Estoy muy cansada.
Prepare los bizcochos y la leche del señor.
Yo estoy muy cansada.


Ayer viernes 2 de Octubre - sí, ya se nos ha acabado septiembre - fui a nuestro Teatro Principal para ver la obra Luz de Gas, pieza teatral de Patrick Hamilton pero mucho más famosa por su adaptación al cine allá por 1944 y protagonizada por Charles Boyer y Ingrid Bergman. Yo había visto la película hace unos cuantos veranos con el título de Luz que agoniza, y me resultó muy curiosa, intrigante y terrorífica al mismo tiempo. Claro que quizá era demasiado pequeña para entender todo su significado. He de volver a verla.

La razón de esto es más que sencilla. La obra - una versión de Juanjo Granda y Salvador Collado - es la mejor obra que he visto sobre las tablas del Principal. Muchos me lo rebatirán: no es tan clásica como El burlador de Sevilla, no es tan divertida como El perro del hortelano, no es tan entretenida como La fierecilla domada y no tan contemporánea como Un Dios salvaje -por nombrar algunos títulos de mi humilde repertorio. Pero esta adaptación respeta tan bien todo. El escenario es sencillamente increíble. Todos y cada uno de los detalles están tan bien cuidados que la obra te mete de lleno en esa época londinense tan especial.

Pero ¡qué alguien me pare los pies! Para quien no haya visto la obra - ni la película, pese a que en ésta última el texto está algo modificado - Hamilton nos hace un retrato impecable de la maldad humana. Luz de Gas es un drama -un dramón, como yo digo- en toda regla. Gira en torno al matrimonio Manningham: Paula, una mujer bipolar, con cambios de humor constantes. Constantes y provocados. Y aquí entra Jack, su perverso marido que no duda en trastornarla psiquícamente para lograr su propios y oscuros objetivos. Con la ayuda de el inspector Rough el misterio se irá resolviendo poco a poco, pero para cuando lo haga, quizá ya sea demasiado tarde... ¿Y a qué viene lo de la luz? Cada vez que Paula se queda sola en casa, sin su marido, la luz de la habitación en la que se encuentra comienza a bajar alarmantemente y con desastrosas consecuencias.

Bien y ahora sí: ¡qué interpretaciones! Cecilia Freire como Paula, brilla -nunca mejor dicho- en su papel y lo de Juan Meseguer como el inspector Rough no es normal. Qué naturalidad sobre el escenario, qué sencillez, qué humildad. Pero luego llega Patxi Freytez como Jack y eso sí que es estremecedor. Los cambios de voz, los gestos - ya dulces, ya bruscos -, ese deje de maldad tan bien resguardado en ocasiones. Aplaudo a todos, pero ante él me quito mi hipotético sombrero.

Como os decía, la trama está realmente elaborada, el escenario es sencillamente delicioso, los sonidos - esos ladridos de perro, esos ruidos extraños - encajan perfectamente con el conjunto de la obra, los actores se meten tantísimo en su personaje... Estoy segura de que todos los que se encontraban en el teatro conmigo quedaron maravillados y creo que nadie - o casi nadie - abandonó la sala, como sucedió con la obra de la semana pasada. ¿Por qué? Porque esta obra es como una telaraña, te atrapa y no te deja salir.


Besos
N

P.S. Hoy he participado en la Redolada, una caminata de 25km. Casi no soy capaz de moverme así que creo que me entregaré a la lectura: empiezo con Matthew Pearl ¡ya lo necesitaba!

P.S.2. Debéis de llevar un empacho de teatro... ¡Lo siento!

2 comentarios:

Ladynere dijo...

el empacho de teatro es saludable. Y yo q me he perdido esta obra... Bss!

maRini dijo...

Esta obra la quería ver yo!
Pero todavía no llega a Madrid, asi que me conformaré con tu buena crítica sobre ella! ;)
un besilloo!!