lunes, 1 de octubre de 2012

Once upon a time (or maybe twice)

 

Nos habían hablado de él pero lo importante de ese día era volver a empezar la escuela, porque hacía dos años que la había empezado y te había conocido, un seis de octubre en el que tú aun tenías diecisiete y yo dieciséis recién cumplidos. Ahora no recuerdo si este año fue martes o jueves, pero recuerdo que como nos habían hablado de él tenía muchísimas ganas de comprobar la lista de nombres y ver si él iba a ser nuestro profe. Me apetecía porque me habían dicho que tenía acento británico y que era muy fan de los Beatles. El curso anterior nos gustaba llegar pronto a clase porque la nuestra estaba justo enfrente de la de él y hablar en voz demasiado alta sobre Los Cuatro para ver si nos escuchaba: nos llamábamos el uno al otro al móvil para que sonase Savoy Truffle o Hey Bulldog, ¿te acuerdas? Y cuando miramos la lista y vimos que sí, que este año sí, me puse muy contenta y nos fuimos a tomar un café con leche al World Press y yo no dejaba de hablar de lo genial que iba a ser ese curso, tan solo porque nos habían hablado de él y porque alguna vez lo habíamos visto en el pasillo vestido totalmente de blanco o quizá con un traje a lo teddy boy. Creo que lo primero que escribió en la pizarra fue keep a stiff upper lip, o quizá juicy information, porque teníamos que contar cosas sobre nosotros: como llevaba la camiseta de Revolver (esa que te has quedado tú) y ya la beatlemanía saltaba a la vista, preferí decir que me gustaba escribir y entonces él me dijo que para aprobar el curso tenía que enviarle algún relato, cosa que no me he atrevido a hacer. Lo primero que le dijimos nosotros en privado fue que tú (y por tanto, yo) llegarías tarde algún día, porque salías de clase justo y tenías que conducir hasta la escuela, y él nos dijo que sin problema, que condujeras con cuidado. Tú, por supuesto, lo dijiste en inglés, con una de tus palabras favoritas: commuting. Después conseguí encontrar algo de su música en Internet y te la enseñé: nos descargamos los dos el disco. Al siguiente día de clase te dije que no le dijeras nada, porque se iba a pensar que estábamos (y con eso, quiero decir estaba) locos. Llegamos pronto a clase (el curso anterior cinco minutos de retraso eran suficientes para perdernos las dos horas, ¿te acuerdas?) y, por supuesto, tú dijiste: Natalia ha encontrado tu disco. Nos cantó un trocito de la canción principal y, para compensarlo, le dimos la dirección de nuestro video tratando de cantar Hey Bulldog, con moreno de playa y diversión de agosto.

Las semanas fueron pasando, dimos la vuelta a la clase, me alié con Laura y en marzo tratamos de invitarlo a un concierto. No vino, aunque prometió acompañarnos a uno al curso siguiente, y cuando fuimos a The Cavern Prior Laura dijo que un día lo habían sacado a cantar Money y desde entonces intentamos que el grupo nos la dedique (pero no hay manera, supongo que la tienen ya olvidada, como nuestros nombres). También vimos Quadrophenia porque nos la recomendó él, aunque yo casi me quedo dormida, tanto ir y venir en lambrettas y esos abrigos tan anchos y asaltar farmacias para conseguir drogas, y todos tan feos, tan del norte; pero así pudimos ir a hablar con él después de clase. A veces me pregunto qué pensaba cuando veía que nos entreteníamos tan  tontamente, después de decir let’s call it a day; buscar al abrigo, dejar la bufanda en la percha, volver a ir hasta el fondo de la clase, dejar pasar el tiempo ridículamente para podernos quedar a hablar con él: supongo que nos veía como niños pequeños, esperando algo de atención de adulto al que admiran, porque me temo que al fin y al cabo es lo que tú y yo somos, dos niños que acaban de empezar a descubrirlo todo, a crecer. Pero sí, nos gustaba encontrarnos con él a solas y recuerdo con especial cariño una tarde en la que había huelga y él se comprometió a ir a clase a hacer conversación, aunque no esperaba gran afluencia: nosotros fuimos, porque nos gustaba escucharlo hablando directamente para nosotros, como un día que se acercó en mitad de un speaking y nos contó que se había disfrazo de uno de los Gallagher u otro en que nos preguntó si aun teníamos cosas que contarnos, después de tanto tiempo juntos.

No sé cuándo cambiaron las cosas; recuerdo cuando cambiaron para mí, cuando mi padre volvió a ponerse enfermo un lunes y el martes quise ir a clase para desconectar y tuve que salir al pasillo unas cuantas veces contigo, ¿te acuerdas? Y, al acabar la clase, él se acercó y me preguntó si todo iba bien y yo no pude reprimir las lágrimas y me escondí en tu hombro. Pero, de alguna forma, las cosas cambiaron para todos entonces. Él se puso más serio y faltó algún día a clase; una tarde nos acercamos a preguntarle y habló de problemas en casa sin mirarnos a los ojos. Recuerdo ir a buscarle a la sala de profesores minutos después a ofrecerle nuestra ayuda (la ayuda insignificante de tres adolescentes que aun no saben pronunciar la letra g al final de palabra) y nos dijo que con que nos preocupásemos por él era suficiente, y que éramos unos cielos. Creo que es de las primeras veces que mantuvimos con él una conversación seria en español. Desde entonces nos vimos poseídos por una suerte de instinto protector, aunque he de decir que la idea de las chapas la teníamos pensada ya desde hacía tiempo, porque si algo era a parte de un amigo era el mejor profesor que habíamos tenido nunca. Nos falló en nuestro examen oral, pero yo intercambiaba emails con Laura contándonos novedades: hoy lo he visto y está mejor; hoy no ha venido a nuestro examen, espero que todo vaya bien; cuánto se va a animar con nuestro regalo. Ahora que lo pienso cinco chapas tampoco son algo demasiado emocionante, aunque para Guille estar emocionado es que te regalen cinco chapas y no te dés cuenta que están hechas especialmente para ti. Recuerdo que era la revisión del examen y nosotros cuatro hicimos lo imposible para quedarnos a solas con él: tirar folios por el suelo, leernos entera la redacción (algo inaudito), dejarle caer que teníamos algo que decirle. Salió al pasillo y yo me armé de valor y le dije que no, que no se lo podíamos dar en cinco minutos, deprisa y corriendo, y supongo que le picó la curiosidad porque despachó a los alumnos restantes como pudo y lo siguiente que recuerdo es decirle que se diera la vuelta y entregarle la cajita y escucharle decir esta no la había visto nunca y después tú claro que no, porque son para ti y ver cómo le temblaban las manos al intentar rehacer el lazo.

Este jueves hemos ido a verlo. Ha sido raro volver a clase; morí de envidia al ver a los nuevos alumnos atravesar el umbral, quizá con deberes, con esa hoja de signos fonéticos o una prematura redacción de esas que me sentía mal si no hacía. Se había cortado el pelo, porque dice que se ha hecho mayor. Aun no puedo explicar el instinto protector que siento hacia él (quizá por eso escribo esto), pero sé que me entristece (nos entristece) esta nueva rutina sin jueves de café y llegar temprano, muy temprano a clase para poder hablar con él unos minutos. Dice que se ha hecho mayor; también dice que ahora ya lo sabemos, que las cosas buenas solo se viven una vez. Si lo piensas, es ridículo: lo conocemos de solo hace un año, tan solo ha sido nuestro profe de inglés, aunque es verdad que nos confesó fuck you, I’m a Beatle y eso hace mucho, claro. Una tarde Guille me dijo: me gustaría que tuviese nuestra edad y que fuese nuestro mejor amigo. También nos gustaría ayudarlo como fuera y hacerle dibujos y escribirle relatos y regalarle libros de chistes británicos para que siga siendo el de siempre y no diga que se ha hecho mayor. Pero, al menos, siempre podremos invitarlo a un café, a última hora, un lunes o un miércoles, de cuando en cuando.

2 comentarios:

Laura (Señorita Starr) dijo...

Aaai (léase como un suspiro nostálgico.
Ese es nuestro Iñaki, sí. Yo también lo echo de menos, y aunque haya sido solo un año, para mi ha sido mil veces mejor, más divertido, más intenso y más emocionante que cualquiera de los anteriores.
Por cierto: el dibujo: GENIAL. No hacían falta descripciones :P

Laura (Señorita Starr) dijo...

Aaai (léase como un suspiro nostálgico.
Ese es nuestro Iñaki, sí. Yo también lo echo de menos, y aunque haya sido solo un año, para mi ha sido mil veces mejor, más divertido, más intenso y más emocionante que cualquiera de los anteriores.
Por cierto: el dibujo: GENIAL. No hacían falta descripciones :P