jueves, 18 de febrero de 2010

Fígaro en el cementerio

Dirigíanse las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando de unas en otras como largas culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso salían de las puertas de Madrid!
Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo (...)
—¡Necios!— decía a los transeuntes—. ¿Os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por ventura. (...) ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio!
(...)
Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos.
¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!
¡Silencio, silencio!
Mañana me examino de nuestro Pobrecito Hablador y, tras repasarme varios artículos, he llegado a la conclusión de que el Día de Difuntos de 1836 es, definitivamente, mi favorito porque en él se intuye perfectamente esa melancolía que convertiría a Larra en el romántico por excelencia. Ese romántico que, en una Nochebuena del mismo año, tenía todavía abiertos los ojos y los clavaba con delirio y con delicia en una caja amarilla donde se leía mañana. ¿Y cómo no abrir esa caja si acierta Larra cuando dice: aquí el pensamiento reposa, en su vida hizo otra cosa? Sí, amigos, porque el sueño de la razón produce monstruos. En el Madrid de Larra y la Zaragoza de ahora. Y en cualquier lugar...

Hoy me he sentido muy identificada con Larra por eso de Escribir en España es llorar, tan perfectamente retomado después por Cernuda: es llorar, es morir. Y qué pena que esté tan profundamente relacionado con esos monstruos de Goya... Y ya que estamos hoy con genios, me permito parafrasear a Zorrilla para que Larra, esté donde esté, sepa que algunos pocos aun lo quieren sus artículos son más modernos de los que muchos piensan.

Poeta, si en el no ser
hay un recuerdo de ayer,
una vida como aquí
detrás de ese firmamento...
conságrame un pensamiento
como el que tengo de ti.

Y si sois buenos, yo os consagraré un pensamiento a vosotros también.
Natalia

1 comentario:

Fernando García Pañeda dijo...

Me parece que en España, de Quevedo a hoy, o incluso desde antes, toda lucidez es permanente, siempre actual: sólo cambia el decorado, pero la obra que se representa siempre es la misma.
Un saludo.