Pesa sobremanera. Tanto que he de desplomarme. La calle está fría bajo mis rodillas. Anónimas piedras muerden ahora mi espalda, pero no quiero levantarme. Solo veo el cielo, la bóveda del cielo que se rompe con el restallar de algo lejano. Las nubes lloran, acierto a pensar que por el dolor. Yo, timorato y extranjero en la ciudad de niebla que se extiende infinita y valerosa, recibo sus lágrimas. Caen con fuerza, y traen un sabor agridulce a mis labios. Bebo la lluvia. Bebo la sangre apostillada en mis comisuras. Creo oír caballos. Creo distinguir palabras. También creo percibir mi respiración, enquistada en mis pulmones, tan leve que temo que sea un espejismo.
Ya no sé si mis ojos están cerrados o abiertos. Tampoco sé si esa niebla existe de verdad. Intento levantar un brazo y rozarla, sentir su aliento álgido para que me lleve de vuelta a la realidad, a la calle, a mi alma, a algún sitio, a ninguna parte. Es imposible, mi brazo no responde, pero lo siento dormir sobre las piedras. Una luz me sorprende entre la niebla. O quizá sea tan solo una sombra, pero el vaho se rompe en jirones, como si una mano invisible lo hubiera acuchillado, tachándolo de enemigo. En esta triste guerra, ya no distinguimos a los amigos de éstos.
Pequeñas nubes se mantienen en las fronteras de mi campo de visión, pero ahora vislumbro retazos de botas perdidas, de escombros, de cenizas, de fuego, de ciudad. Ahora escucho los cañones, tan cercanos que podría estremecerme de no ser por este estado de letargo en que me encuentro. Desde mi suerte de limbo ahora puedo percibir un viento ronco arañando los muros restantes, afilándolos, preparándolos para la batalla. El viento, en su tarea, ruge, héroe que aun se mantiene en pie.
Me gustaría levantarme y echar andar. Me gustaría levantarme y huir. Pero aunque pudiera tenerme en pie, como el viento, sé que la ciudad no me dejaría huir tan fácilmente. Me ataría y, cual títere, me dejaría caer de nuevo. Se reiría de mí, de todos nosotros. La hemos dañado. La hemos hecho llorar y sus gentes también caen. Ellos solo querían defenderla. Ellos solo querían hacerla feliz. A ella, a su río, a su viento, a sus calles. Hacerlos felices. Yo creía que la guerra me haría feliz. Y por eso partí de mi patria, la esperanza amasando mi alma y la confianza rezumando por mis poros. Pero esta ciudad ha resultado ser más fuerte que yo, que todos nosotros. Nos ha vencido. Y, ¡ah! ¿por qué ha de ser tan bella?
La niebla vuelve y quedo ciego. Luego viene el dolor. Primero, palpitante y sordo, perdido en mi costado. Después, bravo y abrasador, corriendo libre por mis venas. Y mi corazón pesa sobremanera. Tanto que mi sangre se desploma por las calles. Tanto que, al final, huyo…
2 comentarios:
Tengo miedo de pronunciarme, a riesgo de meter la pata, porque yo soy muy de aquella manera, aunque supongo que un soldado acaba de morir en la toma de una ciudad. Si tiene alguna otra connotación, lo siento: la he perdido.
Pero aún en el caso de haberla perdido, es un placer deleitarme una y otra vez con tus palabras en este relato. Es increíble. Están tan bien elegidas, tan bien colocadas. Me encanta. Ya voy por la tercera relectura. Mi parte favorita es aquella que dice:
"Intento levantar un brazo y rozarla, sentir su aliento álgido para que me lleve de vuelta a la realidad, a la calle, a mi alma, a algún sitio, a ninguna parte."
Saludos ^^
Como ya sabes, lo leí, y lo entendí vaya, y sigo haciéndolo xD
¡Es genialístico, y genial escrito, como siempre :DD!
Feliz día ;D
Endlesslycarls // Elysium
=)
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