martes, 17 de enero de 2012

Yo no soy un hombre malo

El viernes pasado no solo regaló ese frío intenso decorado con vahos sino también muy, muy buen teatro. Pasé la tarde viendo la adaptación a las tablas de la novela de Camilo José Cela: La familia de Pascual Duarte. Este año se cumplían diez años de la muerte del autor, Premio Nobel de la Literatura en 1989, y el actor Tomás Gayo – a través de Tomás Gayo Producciones y la distribuidora Metrópolis Teatro – quiso rendir homenaje a una de las obras más emblemáticas de nuestra Literatura contemporánea.

Cuando me enteré de que traían esta obra a Zaragoza, mi primera impresión fue de rechazo. La familia de Pascual Duarte no fue demasiado de mi agrado y, por otra parte, adaptarla al teatro me parecía sumamente complicado. ¿Alguien sería capaz de superar este reto? Decidida a descubrirlo, volví a leerme la novela y, conforme avanzaba, no salía de mi asombro: las cosas se ponían cada vez mejor – en cuanto a calidad, claro, el pobre Pascual no podría decir lo mismo de su vida…-. Así que reconocí mi error y me maravilló la existencia de este personaje: su dolor, su rabia, su arrepentimiento, su complejidad… y sobretodo la bien llevada técnica de Cela que te mantiene en vilo y te hace estremecer con expresiones breves pero sinceras. Cuando la terminé, mi temor en cuanto a la adaptación teatral se acrecentó, pues no me parecía fácil transmitir la fuerza de la prosa de Cela y la poderosa voz narrativa de Pascual Duarte.

Sin embargo, la obra me sorprendió muy positivamente: supieron superar estas dificultades mezclando monólogos en las que Pascual se dirigía al público para contar su historia y sus circunstancias con escenas de acción en las que tomaban parte el resto de personajes, dando vida a los hechos que harán de Pascual un condenado a muerte. Los personajes están muy bien construidos; el escenario es sobrio y perfectamente adecuado para la acción que, muchas veces, se supedita al texto estático que nos transporta a esa provincia rural de la Extremadura anterior a la Guerra Civil donde Pascual Duarte vivirá y, sobre todo, sufrirá. Una puesta en escena muy lograda, una iluminación grisácea que concuerda con el espíritu atormentando de los protagonistas, unos muy buenos actores que sabían captar el dolor que destila cada una de las palabras de esta obra de Cela: una lección magistral sobre las circunstancias que mueven al hombre, los motivos que lo llevan al odio, el debate entre determinismo y libre albedrío, la culpabilidad y la inocencia, la justificación de los crímenes… Y, en cuanto a la obra teatral, una lección –también magistral- sobre cómo respetar un texto, cómo jugar con él sin modificar su esencia y, sobre todo, cómo hacer temblar al espectador en su asiento.

1 comentario:

Juan A. dijo...

Una historia estremecedora la que contó Cela.

Saludos.