jueves, 7 de junio de 2012

Simulacro.

Leer Beatus Ille es como volver a casa. Es uno de esos libros que no debería acabar nunca. Ya son tres las veces en las que me he perdido en su entretejido de satélites y de sierras azules. Leer Beatus Ille es como volver a empezar. Es como si jamás me hubiese hecho tan pequeña como ahora, como si pudiese habitar constantemente ese primer capítulo-archivador en el que todo es caos, pero en el que hay sorpresas porque son todo puertas por abrir. El capítulo de la potencialidad, de lo que podría ser, caminante, no hay camino, se hace camino al andar, echar a andar hacia la estación de Mágina y esperar eternamente a que sucedan las cosas, a que se mueva de una puñetera vez el mundo a tu alrededor. Leer Beatus Ille es como reencontrarme a mí misma, como leer mi pasado. Volver a esa plaza íntima donde todo era empezar, todo era cuestión de segundos, de primeras veces. La primera vez que lo leí fue en la playa. La segunda, yo ya era totalmente liviana, ligera, ingrávida (como una pompa de jabón). Leer Beatus Ille es como viajar y estrellarte, como las balas no tan perdidas en el suelo de madera del palomar. Cuando aun no estaba enferma y mi cabeza no funcionaba tan rápido. Leer Beatus Ille es como reorientar mis pasos, como renacer y olvidar. Sin cansancio, sin ser tan pequeña como ahora. Como volver a entonces que tenía alas y había equilibrio y la dependencia era dulce, inconsciente, indolora. Cuando parecía que el tiempo no avanzaba, como los tres días de Jacinto y Mariana en Mágina antes de la boda. Leer Beatus Ille es como dejar de escribir en mi cabeza irremediablemente para que escriban otros, para que fumen otros, para que sufran otros. Como sentarme en un banco al que jamás volvi y dejarme enamorar. Leer Beatus Ille es escuchar constantemente feliz aquel, la letanía de los días que pasan y es como si no pasasen, la flor del pelo de Mariana, la novela que imagino otra persona está escribiendo para mí. Leer Beatus Ille es como reinventar la calma, cuando el silencio era suave y acariciaba y cuando el pijama no me iba grande, o cuando podía dormirme sin tener dolor de cabeza o sin pensar cuántas horas más tengo que trabajar para poder montarme en el autobús amarillo. Cuando todo era equilibrio y no echaba en falta nada, ni siquiera crear personajes o leer por la mañana. Leer Beatus Ille es como fingir que los límites difusos vuelven a ser exactos, que en algún lugar del mundo siguen existiendo las promesas, las saetas de nuestro reloj, que lo que parece eterno es temporal. Leer Beatus Ille es como volver al cielo, sin mitades.

1 comentario:

julia dijo...

Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse