lunes, 21 de octubre de 2013

Mon merveilleux amour (o del Big Bang).


Finalement, finalement
Il nous fallut bien du talent
Pour être vieux sans être adultes
JACQUES BREL.

Una vez la vio, una vez la tuvo, una vez que le hizo sonreír, se propuso que, para cuando cerrasen para siempre los ojos, para cuando el universo dejara de expanderse bajo sus costillas, serían lo más viejos en amor posible. Él no sabía dónde habían quedado las preocupaciones vanas, las fechas de entrega, las cuentas corrientes, los días de lluvia. Dónde habían quedado los dolores de cabeza o las neveras vacías. Una vez ella le miró por primera vez, con esa sorpresa dulce y recelosa, como con los ojos entrecerrados y borrosos, él apoyado en la pared y ella buscando el origen de esa voz burlona, sin ser consciente de que alguien ya había dado la vuelta al reloj de arena, una vez ella le miró empezaron a nacer estrellas y él decidió, aun sin saberlo, que cuando la última de ellas se apagara, serían lo más viejos en amor posible. Jacques Brel verbalizó sus intenciones, cuando ya llevaban unos pocos años deseándose y perdiéndose y creciendo y estallando, a veces estrellándose como pequeños meteorios, a veces volando como grandes cometas: ser viejos sin ser adultos todavía. La vejez como ese hambre constante, el estallido del instante, el detener el tiempo y condensar, comprimir todo ese amor en un punto fijo, en una estrella, en los labios, o en el dedo que los toca, o los peldaños de las escaleras de la plaza donde él siempre la besa. La vejez del amor joven, apasionado; la vejez como el invierno, como la costumbre de ese amor; la vejez pero no como canas ni como arrugas sino como un amor blanco, como una galaxia láctea, como un tesoro que encierra todas las posibilidades, que agota todas las alternativas. La vejez del amor joven como una contradicción: un universo que se expande y crece y se expande pero que, cuando haya de agotarse, sea porque no hay posibilidad de dar un solo beso más ni de mirarse un segundo más. Hace falta mucho talento, sí, dice Brel, para ser viejo sin ser adultos. Hace falta encontrar esa persona que da la vuelta sin quererlo al reloj de arena. Hacen falta muchos instantes de añorar lo que no ha llegado todavía. Pero si la encuentras, si la encuentras todo cambia, como ella le cambió a él. No sabrán, sin llegar al mar, si un amor podrá ser eterno. Pero sabrán, saben, que el amor puede ser viejo, y así, cuando haya de pausarse o de suspenderse, sea porque no se podían amar más, porque todas las posibilidades se habían ido apagando, como estrellas silenciosas.

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