Varias veces había notado don Gabriel la irresistible tendencia de su imaginación viva, ardorosa y plástica, a construir, con la vista de un objeto, sobre la base de una palabra, un poema entero, un sistema, una teoría vasta y universal, llegando siempre a las últimas y extremas consecuencias: propensión que le explicaba facilmente los muchos desengaños sufridos y aquello que llamaba él caérsele muertos los caballos. Le sucedia también que la experiencia no le enseñaba a cautelar, y cada nueva construcción la emprendía con igual lujo y derroche de ilusiones y esperanzas.
EMILIA PARDO BAZÁN.
La madre Naturaleza.
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