Look at me
what am I supposed to be?
what am I supposed to be?
A veces parece que no miramos a los ojos sino a través de los párpados, o del dolor, o de los cristales. O través de nosotros mismos, como si las nieblas de nuestra cabeza bajaran a nuestros ojos y nos cegasen y deformasen la realidad. Pero a veces no hay niebla y sí que miramos a los ojos. O a veces miramos a los ojos y es el otro quien oculta niebla, nieve y agua. Como cuando George Harrison, terriblemente enfadado con John Lennon, durante unas de las reuniones para acordar las condiciones de ruptura del grupo, se acercó a él, le tomó de la cabeza y le dijo que quería verle los ojos. Lennon se quitó las gafas de sol – cómplices, como las capuchas, de tantos fastamas faciales – y se puso sus famosas lentes. Harrison, enfurecido, le gritó que quería ver sus ojos, que así no le veía los ojos, que todavía no le veía los ojos. Agarró las gafas y The Quiet Beatle – nótese la ironía, probablemente una de las pocas personas que se atrevía a gritar a Lennon – las arrojó con fuerza al suelo. Qué escena: los dos mirándose – o no mirándose – a los ojos. Qué fuerza. Me pregunto si George pensaba que a veces, muchas veces, o pocas veces, parece que no nos miramos a los ojos sino a través de los párpados, del dolor o de los cristales. O a través de nosotros mismos, a través de la niebla de nuestro egoísmo o de nuestras lágrimas. Aunque, también a veces, nosotros miramos puros, límpidos, blancos, al otro y es el otro quien muestra ojos opacos, como los de Lennon, nublados, de lentes perpetuas. Y mirar, mirar y que el otro te mire a través de sí mismo, a través de la tormenta que no moja en él sino en pómulos ajenos, a través de la erupción que no quema en él sino en arterias ajenas, mirar y que el otro te mire a través de sí mismo explica esas ganas de dejar de callar, como George, y gritar que así no ves sus ojos, que quieres verle los ojos, que quieres verlo puro, límpido y blanco.
(Pero, es inevitable amar, aunque sea, como dice Salinas, para mirar al mundo, a través de tí, puro, de hollín o de belleza. Y, desgraciada – o afortunadamente- tiene razón: merece soportar el hollín para mirar, a veces, la belleza. Merece la pena que te devuelvan la mirada unos cristales oscuros para mirar, a veces, unos ojos puros, límpidos, blancos y enamorados).
N.Vuelve Rubber Soul a revolverme las entrañas.
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