sábado, 16 de noviembre de 2013

Lo único que hiciste fue ayer.


Muchas veces él la mira, o la imagina – cuando está lejos, solo puede imaginarla –, él piensa en ella mirando al vacío, aunque en realidad no es el vacío, sino que es esa marañana de pensamiento, esa telaraña de conciencia, desde donde la echa terriblemente de menos, cuando la imagina, o desde donde la desea terriblemente, cuando la mira, y desde donde le muerde el dolor al preguntarse cómo puede ella dormir sin decirle a él que le echa de menos, que le desea, que no puede vivir, respirar, ver ni imaginar sin él; le muerde el dolor intenso, como una serpiente que sube por el pecho, al preguntarse cómo puede dormir ella sin gritar de amor a cada segundo, cuando la garganta de él es un nido de pájaros que no callarían nunca, si quisiera escucharle, aunque si no los alimentaran seguirían cantando hasta desfallecer; cómo puede dormir ella sin sentir ese pinchazo, esa necesidad constante que siente él, de recordarle que es él gracias a ella, que parece que todo lo que realmente estaba haciendo era esperarla. Muchas veces él la mira, o la imagina, y odia su silencio y le dan ganas de hacer callar a sus pájaros, de dejar la mente en blanco, de salir de la buhardilla de los lienzos detenidos por la arteria que llora, de los labios que lloran, del cráneo que llora, salir y aclimatarse e imitarla, y ser como ella, tan callada, tan lejana, y dejar de escribir, dejar de mirar, dejar de imaginar, dejar de decir y empezar a no decir, que no es lo mismo que callar, porque el que no-dice es que sencillamente ha olvidado lo que quería decir, lo bonito, lo feo, los cafés, el hollín, el agua salada, la leche, las anéctodas, las enciclopedias, lo  banal, lo importante; el que no-dice es que sencillamente se ha olvidado de lo que quería decir, a fuerza de esperar y esperar a ser escuchado, a ser entendido y por eso, por fin, puede dormir.

Descíframe y juega a entenderme.

1 comentario:

Unknown dijo...

Porque él entiende que ella está callada, pero sí que dice. Grita con sonrisas y caricias. Día a día. Le habla con el brillo de las pupilas y recogiéndose tras la oreja su pelo al volver junto a él cuando se despierta al día siguiente y busca su piel, como si ni apenas un segundo hubiese pasado desde que cerraron los ojos.